Ante la paralización que se vivió como consecuencia de la pandemia, el mercado educativo demostró un crecimiento vertiginoso en el ámbito tecnológico, respecto a otros rubros. El principal motivo fue la necesidad de pasar por un proceso de digitalización a nivel mundial para que las organizaciones educativas y los educandos puedan seguir labores.
Bajo este contexto, la lógica de que muchas actividades serían virtuales, que ya se veía venir hace mucho, se ha acelerado. Bolivia caminaba temerosa hacia la piscina digital, pero la contingencia sanitaria la ha empujado sin salvavidas.
Las universidades y sobre todo los colegios dieron braceadas para no hundirse y el resultado fueron las pésimas consecuencias académicas con las que nuestros hijos terminaron 2020 y continúan el 2021.
Sin hablar de las limitaciones económicas que evidentemente detienen a muchas familias, vemos con estupor cómo 4 de cada 10 estudiantes* y 3 de cada 10* docentes (con todas las posibilidades tecnológicas y económicas) no han realizado esfuerzos para adquirir competencias digitales. Aún no manejan tecnologías LMS (Moodle, Classroom, etc.), no saben gestionar grupos de Whatsapp o, peor aún, siguen dictando clases magistrales por Zoom con la misma metodología que usaban en el aula física.
Cientos de cursos, tutoriales y artículos se han escrito para perfeccionar este conocimiento, sin embargo, aún se ven profesionales y estudiantes que no saben la diferencia entre un formato .doc o uno .pdf.
Es penoso ver que esta situación únicamente agranda las brechas entre aquellas personas sedientas de conocimiento y aquellas que simplemente responsabilizan de sus resultados a la modalidad virtual. Mientras unos toman de 3 a 5 cursos virtuales al mes, otros duplican ese número, pero en series de Netflix.
¿Responsables? Todos los actores. Gobierno, por no desarrollar normativas que tiendan a la mejora (todo tiene que tener un rédito político). Organizaciones educativas, por no buscar la mejora continua de su plantel docente e invertir más en tecnología. Profesores, por no capacitarse de manera personal y sin intereses de mayor salario. Estudiantes, por quedarse conformes con las 3 horas frente al zoom en las que (con honrosas excepciones) fingen atención. Padres, por no realizar un seguimiento continuo al aprovechamiento académico de sus hijos, dejando todo como responsabilidad del profesor, colegio o universidad.
Sin darnos cuenta, al igual que pasa la vida, saldremos de esta pandemia y cuando lo hagamos cada quien abrirá los ojos y verá cómo (des)aprovechó estos años.