Diario de una boliviana en Nueva York / Day 2. Laundry day

2
2890

Las películas de Hollywood nos venden la idea de que en una lavandería estadounidense pueden ocurrir sucesos emocionantes, desde un encuentro afortunado, hasta un satori que te cambiará la vida.

Las veces que en mi natal La Paz dejé mi ropa en una lavandería me cobraron por kilos. Con esa certeza decidí seleccionar solo las prendas más grandes y me fui a buscar una laundry en las calles de Nueva York, una de las ciudades más caras del mundo.

Estas salidas me hacen recuerdo a mi hija, Fernanda, cuando a los 12 años se «tuneaba» media hora para ir a comprar pan a la esquina. Uno nunca sabe.

«Hi», me dice un muchacho de unos veintitantos años que pasea en camiseta y short. Hi, le contesto. «… your look, you look stunning» No alcanzo a entender la frase completa, pues los newyorkinos hablan bastante rápido. Y levanta el dedo pulgar. Thank you! me despido. ¿Con qué look siempre lo habré impresionado?, me pregunto. Y creo que sí, que el sombrero beige de ala ancha combina con la bolsa de tela que me prestó mi tía, la blusa rockera y las sandalias de la Bichi y el pantalón blanco que compré de ocasión en Bolivia.

En esta avenida puedes encontrar hasta tres laundries en un tramo menor a dos cuadras (aún no entiendo la forma de numeración de las calles). Entro al de la esquina, donde saludo a una mujer y a su hija adolescente que están doblando su ropa. Les cuento que es mi primera vez y les pido ayuda.

Noto que su acento en inglés es parecido al mío, así que seguimos hablando en español. La madre, de nacionalidad guatemalteca, se sorprende por la poca cantidad de prendas que meto en la máquina. Resulta que aquí, por dos dólares en monedas puedes lavar todo lo que entre en una lavadora mediana. Siguiente paso, el detergente, que olvidé comprar. En un par de tiendas vi Ariel, Omo y alguna otra marca conocida. Lo bueno es que acá venden una cajita pequeña a un dólar, suficiente para una tongada.

Le pido a la impaciente cajera asiática que me cambie un billete en monedas y me señala una maquinita dadora de «quarters» (25 cents). Ahora sí, lista pongo en marcha the laundry machine.

Media hora después regresaré a recoger mis pilchas y por la noche tendré una larga charla con mi tía. Desenterraremos recuerdos de Bolivia y enjuagaremos las tristezas con algunas lágrimas. Sucede que a la ropa sucia y a las penas hay que lavarlas seguido y eso no siempre se puede hacer en casa.

2 COMENTARIOS

Los comentarios están cerrados.