Visita a dos playas hermosas escondidas entre San Pablo de Tiquina y Santiago de Huata, como una alternativa para conocer lugares pocos explorados y para reactivar el turismo en Bolivia
Junto a la playa, núbiles criaturas
Dulces y bellas danzan las criaturas
Abandonadas en el brazo amigo
Y las estrellas sirven de testigo.
La poetisa y escritora argentina Alfonsina Storni (1892 – 1938) resume las sensaciones que pueden ocurrir al estar en una playa, que no necesariamente pertenecen al mar, sino también al lago Titicaca, aquel cuyas aguas comparten Bolivia y Perú, y que nunca dejan de solazar e hipnotizar como la primera vez.
El también Lago Sagrado es muy importante y casi vital para los pueblos andinos, pues, de acuerdo con una leyenda transmitida de manera oral y escrita por Garcilaso de la Vega, los creadores del imperio incaico —Manco Kápac y Mama Ocllo— surgieron de las espumas del Titicaca para llevar paz y armonía a los pueblos.
Mi corazón se queda aunque mi amor se vaya,
Porque el recuerdo nace de un ansia de olvidar.
Tu amor tiene la tibia ternura de una playa;
Mi amor es inestable como el viento y el mar.
(Lied, del poeta cubano José Ángel Buesa)
En sus 8.372 kilómetros cuadrados de superficie, el Lago Sagrado guarda una variedad de atractivos turísticos, desde sitios arqueológicos, pasando por miradores, hasta hermosas playas. Una de ellas se encuentra en el cantón Lupalaya, al norte del Estrecho de Tiquina, paso obligado para llegar a Copacabana.
En la arena de la playa
Un recuerdo
Dorado, viejo y menudo
Como un granito de arena
(Anoche se me ha perdido, del escritor español Pedro Salinas)
El guía turístico hace detener el vehículo 15 minutos antes de llegar a San Pablo de Tiquina, en un desvío de la carretera principal, desde donde se ve, a la izquierda, el inmenso lago, mientras que a la derecha hay un camino de tierra que se pierde entre unas lomas. La caminata, que dura aproximadamente 20 minutos, es de bajada, así es que no hay ninguna distracción, más que los eucaliptos que parecen cuidar a los caminantes. En unos cuantos minutos aparece el otro lado del Titicaca, un espacio azul inmenso, que por momentos parece confundirse con el cielo. Al final de la única avenida en el pueblo está una especie de muelle, que tiene a sus costados una amplia y hermosa playa, protegida con piedras minúsculas.
Tengo estos huesos hechos a las penas
Y a las cavilaciones estas sienes:
Pena que vas, cavilación que vienes
Como el mar de las playas a las arenas
Como el mar de las playas a las arenas
Voy en este naufragio de vaivenes
Por una noche oscura de sartenes
Redondas, pobres, tristes y morenas.
(Poema 10, del poeta y dramaturgo español Miguel Hernández)
En Lupalaya, una franja larga de playa se extiende desde un cerro en el sur hasta una bahía en el norte. Con casi inexistente tráfico vehicular y con el viento como único sonido en el ambiente. En esa quietud aparece Jonathan, un joven vecino del lugar, quien sale de una de las casas con unas redes de pesca, camina por el muelle resbaloso con mucha agilidad y rema su bote hasta ingresar en el lago, donde tiene un criadero de truchas, ante la atenta mirada de su perro. Es fácil conversar con él. Cuenta que cría peces para venderlos en el pueblo y en Tiquina con el fin de mantener a su familia y que los fines de semana aprovecha en llevar a los visitantes a dar un paseo en su lancha. Es una oferta que es inevitable rechazar.
De repente el olor de las mimosas
Como una antorcha que respira
O como una ola inmemorial que
Besa la desnudez expectante de la playa.
(Poema 25, del español Jorge Riechmann)
Transportarse a través del lago siempre es diferente. Con el viento que golpea el rostro, la espuma que persigue en los costados y el lanchero que dirige el motor, el transcurso de ese viaje se vuelve mágico, como si el Titicaca llevara por un momento a un espacio reservado para cada persona. De a poco, la embarcación se aleja a Lupalaya y se acerca a una bahía llena de árboles de eucalipto.
Cielo que gira y nube no asentada
Sino en la danza de la luz huidiza,
Cuerpos que brotan como la sonrisa
De la luz de la playa no pisada.
(Sonetos V, del poeta mexicano Octavio Paz)
Al acercarse a la bahía de Cocotoni se nota que el agua es cristalina, ya que se puede ver el fondo del lago. Con un sol benigno y sin viento, los primeros pasos en la arena dejan una sensación de liviandad. A unos pasos está la arboleda, por donde se camina de manera apacible mientras se observa la extensa playa en este sector del municipio de Achacachi, ubicado a casi dos horas de viaje desde la ciudad de La Paz.
La tranquilidad en la ribera permite seguir caminando, mientras se intenta encontrar el fondo del lago, protegido por cerros que están tanto en Bolivia como en Perú. Los más osados aprovechan que no hay viento y que la temperatura es agradable para meterse en el agua, mientras a lo lejos descansan las aves que viven en la región.
La jornada pasa rápido, así es que el sol se va ocultando en el fondo del lago, un fenómeno que deja embelesados los sentidos, en una bahía escondida del mítico Titicaca.
Prepárate para conocer el Lago Sagrado
Para promover el turismo interno, Walking Chuquiago propone visitar las playas de Lupalaya y de Cocotoni en una jornada agradable, con traslado ida y vuelta desde La Paz, caminatas por las playas, paseo en lancha, un almuerzo con pescado, guías expertos y medidas de seguridad. Este paquete, que suele costar Bs 150, se lo está ofreciendo a Bs 130, en una jornada emocionante a las orillas del lago Titicaca. Para más información, comunicarse con el número 78794017 o en el muro @walkingchuquiago en Facebook.
Texto: Marco Fernández Ríos
Fotos: Marco Aguilar
Cuidado de edición: Escriteca (70563637)