Nemia buscaba un par de zapatos para caminar mejor, y un día el atletismo le dio, aunque suene a propaganda, unos “Manacos” con alas. No fueron un regalo. Los conquistó con cada gota de sudor, con cada tranco y rebelándose, como siempre, contra quien osó decirle que ella no podría.
“Hallé un papelito y leí que se realizaría la prueba pedestre intercolegial Manaco de Oruro y que el premio eran unos zapatos —recuerda la exatleta—. Quería participar y, en mi colegio, el profesor de educación física nos hizo correr una cuadra donde salí cuarta. Me dijo: ‘Sólo tres van a representar al colegio, tú ya no alcanzas’”.
Nemia decidió ir por cuenta propia. Fue a la oficina de inscripciones, a abogar por su causa. No sólo quería competir, necesitaba ganar aquella prueba. Cuenta que habló fuerte y alto e insistió hasta con lágrimas.
“Mi profesor ha escogido a las corredoras en una cuadra, pero yo puedo correr 100 cuadras —le dijo al responsable de registrar a los competidores—. ¡Por favor, inscríbame! Necesito ganarme un zapato, no tengo zapatos. Mi papá me abandonó y mi mamá vende comida, no gana mucho”.
No mentía. Su progenitora, Jacoba Yampara Ramírez, sostenía apenas a sus cuatro hijos. Nemia recuerda que Jacoba no ganaba más de 2 bolivianos al día, es decir, el equivalente a 10 centavos de dólar de ese tiempo. Para asistir al colegio, aquella niña compartía zapatos con la hermana. Ella los usaba en sus clases por la mañana; su hermana, por la tarde.
Objetivo: zapatos
Necesitaba los zapatos y vislumbró la primera posibilidad de conseguirlos. “Esta chiquita tiene idea de qué es resistencia y qué es velocidad, que compita”, comentó el responsable de la Asociación Atlética encargado de inscribir a los maratonistas. Nemia Coca Yampara fue inscrita entonces por primera vez en una competencia y recibió todo lo que ese día quería: el pedazo de tela con el número 801 que debía pegarse a la espalda la jornada de la competencia.
Sin duda, Nemia tenía, sobre todo, idea cabal de lo que significa resistencia. Y aquella media mañana recibió la primera ovación de su vida. Probablemente, fue la mayor ovación del día que cualquiera del resto de los participantes pudo recibir. Una jovencita muy delgada, de 1,50 metros de altura, ganaba en la categoría damas y resultaba segunda en la general, tan sólo detrás del ganador de los varones. Sorpresa generalizada, había recorrido casi 8 kilómetros a ritmo sostenido dejando atrás a cientos de competidores de todos los colegios orureños.
Cosa del destino, esa maratón fue su fiesta de 15 años, los cumplía justo ese 24 de octubre de 1981. Por eso recuerda la fecha con absoluta precisión. Pero también recuerda que había leído mal la oferta de los premios que anunciaba la convocatoria. Cuando subió al podio y recibió el trofeo y la medalla del caso, se enteró de que no sólo ganó los soñados zapatos.
“Me dieron una maleta bonita, Adidas, que se la regalé a mi hermano —empieza Nemia el listado—. También gané esos audífonos con grabadora que sólo tenían los millonarios (los Walkman). Había juegos de medias que le di a mi otro hermano. A mi mamá le obsequié el trofeo y la medalla. Para mi colegio había enciclopedias y pelotas de fútbol y básquetbol. Dos pares de buzos y dos pares de zapatillas que dividí entre yo y mi hermana. Y los zapatos, que por fin tenía. Mi mamá estaba feliz. Desde entonces nunca dejé el atletismo, es mi pasión”.
A las pistas
La vida de Nemia Coca tuvo un antes y un después a partir de ese 24 de octubre. Walter Challapa, quien entonces era entrenador y periodista deportivo, y luego se convertiría en destacado fotoperiodista internacional, la invitó a unirse al club Anglo Americano. Fue cuando Nemia conoció por primera vez una pista atlética. Poco después empezó a participar en competencias departamentales y nacionales.
“Walter me llevó a un campeonato nacional de pista —recuerda Nemia—. Participé en 800 metros planos y salí cuarta de seis. También competí en 3.000 metros planos y salí segunda. Sentí que había perdido, pero desde el día siguiente me propuse entrenar como nunca. Sin embargo, Walter decidió irse a los Estados Unidos y entonces tuve que buscarme otro entrenador. Encontré a Christian Nava, quien me ayudó muchas veces, tanto entonces como cuando fue autoridad deportiva. Lamentablemente, falleció hace año y medio”.
Entrenó como nunca y, poco a poco, fue destacando en pruebas departamentales y nacionales. En 1986, se habilitó para competir en la prueba que clasificaría a la representante boliviana en la maratón de Guayavilla, Puerto Rico. Y ganó. Se anunció su primer viaje internacional, con escala en Miami. Juan Reyes, el presidente de la Federación Atlética de Bolivia, le dijo: “Tú eres la mejor de aquí, vas a representar a Bolivia a nivel mundial en la competencia 10 K. Anda a tramitar tu visa a la embajada de EEUU”.
La lucha por la visa
Probablemente, Reyes, al verla tan suelta en las pistas, no comprendió que aquella jovencita vivía con lo justo y tenía escasa idea de aquel trámite. “Debía ir a La Paz y ya no me alcanzaba ni para la flota —valora Nemia—. Me tuve que humillar y buscar a mi padre, le pedí que me ayude con el pasaporte y con los pasajes de bus. Me ayudó con algo que sólo me cubriría la ida”. Con documentos en mano, Nemia se dirigió a la Embajada donde probablemente se protagonizó una de las entrevistas más inocentes y conmovedoras del día.
“Me preguntaron: ‘¿Cuánto ganan sus papás? ¿Son profesionales? ¿En qué colegio estudias?’”, recuerda.
“Les dije la verdad: ‘Mi mamá es comerciante minorista, no ganamos mucho. Mi papá me ha abandonado. Es comerciante, pero vive con otra mujer. No sé qué hacer”.
“Me negaron la visa por decir la verdad, me respondieron: ‘No tienes visa, lo siento. No tienes garantía, no tienes nada’”.
Faltaban sólo unos minutos para que se cierre la ventanilla de las visas. Nemia cuenta que decidió llamar a Juan Reyes. Le dijo que su sueño de competir en su primera carrera internacional se había esfumado y le pidió que le apoye con el pasaje de vuelta a Oruro. Pero Reyes reaccionó. Apareció en la embajada en cuestión de minutos y empezó a hablar en inglés con uno y otro funcionario. Brindó sus garantías personales. Y, días más tarde, la atleta Nemia Coca Yampara realizaba el viaje La Paz-Miami- San Juan-Guayanillas.
“Así, gracias a don Juan, me fui a Estados Unidos —celebra otra vez Nemia con un aire de orgullo y alivio—. Estuve un día en Miami y luego nos llevaron a Puerto Rico. Claro que no tenía ni un centavo. Ni cómo pedirle nada a mi mamá porque en ese tiempo, en casa, a veces no teníamos ni para comer. ¿Cómo entrenaba? Con pan y agua. Eran la base de mis entrenamientos”.
Maratones por la bolsa
Probablemente, Nemia no imaginaba que aquél era el primero de incontables viajes a toda Bolivia y 22 países de América y Europa durante los siguientes 36 años. Luego de competir en Guayanillas, empezó la seguidilla de triunfos, medallas, récords y clasificaciones a competencias internacionales. Logró podio en seis maratones de El Diario y fue ganadora en tres, con las consecuentes clasificaciones a la maratón brasileña de San Silvestre. Volvió a clasificar para Guayanillas y también a los mundiales de media maratón en Montbéliard-Belfort, Francia, y en Oslo, Noruega, entre tantas otras. Las competencias de pista alimentaban su alma de atleta, las de calles, algo más.
Como sucede frecuentemente con los fondistas del occidente boliviano, Nemia Coca también optó por obtener parte de su sustento ganando competencias. Se sumó a la larga lista de quienes, incluso arriesgando el físico, van por la bolsa de una maratón para salvar alguna necesidad. “Me puse a correr en las maratones, en la de radio Cosmos, en las de El Diario, la Media Maratón del Oriente, Unitel… Empecé a ganar en una y otra, y, con lo que ganaba, muchas veces le salvaba a mi mamá en sus gastos”.
Hizo tan buenos papeles que el récord que marcó para la Media Maratón del Oriente cumplió hace un par de semanas 32 años, imbatible. En ese tiempo, si bien ya competía a nivel internacional, quería más: ganar en el exterior y, especialmente, llegar a los Juegos Olímpicos. Quería consagrarse completamente al atletismo, a lo grande. Su aspiración ya había despertado críticas incluso dentro de su propia familia. “Ya no corras, déjalo, estudia, no vas a poder vivir de eso”, le dijeron varias veces la mamá y sus hermanos. Alcanzar su nuevo sueño se le hacía cada día que pasaba cuesta arriba.
El nombre “Nemia” viene del hebreo, es la feminización de “Nehemías”, que significa “reconfortado por el Creador”. Y pareciera que funciona porque, en los momentos más críticos, junto a su proverbial voluntad, le suelen aparecer las ayudas salvadoras. “‘Yo te apoyaré para que logres tus sueños, casémonos, así tu mamá ya no se preocupará’, me dijo quien entonces era mi novio”, relata Nemia. Ella aceptó con la condición de que no quería tener hijos hasta lograr sus metas deportivas. Su futura suegra, Asunción Hinojosa, le manifestó una intuitiva preocupación: “Me lo estás arrastrando a mi hijo al deporte, él tiene que ser ingeniero”.
El novio, Marcelo Peñaranda, era por entonces el más destacado alumno de la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad Técnica de Oruro. A partir de 1986, se convirtió en el principal apoyo de la atleta y no sólo se enamoró de ella, sino también del atletismo. Probablemente, si hubiese empezado a competir más temprano, habría descollado más, pero aun así llegó a ser un destacado semifondista que incluso fue seleccionado nacional. Profecía cumplida, con el paso de los años, dejó la ingeniería para consagrarse al deporte.
Llega el mecenas
Corría el año 1992, la pareja extremaba recursos para lograr el sueño de Nemia, y un día apareció otra gran ayuda.
“Me dicen en casa de mi suegra que alguien me llamó por teléfono y contesté enojada: ‘¿Quién habla?’. Me responde: ‘Mario Mercado Vaca Guzmán’. Le respondí: ‘Ah, no le conozco’. Mi esposo, me pellizcó y me dijo ese rato: ‘¡¿Qué te pasa?! ¡Es el papá del Bolívar!’. ’Ah, ¿usted es el papá del Bolívar?’, me corregí y él se rio y me dijo que sabía que yo era la mejor atleta de Oruro y que tenía un regalo para mí”.
Nemia califica a Mercado como el padre que nunca tuvo. El empresario la apoyó desde entonces con todo lo que una atleta puede precisar para sus competencias. Incluso recuerda a unos fornidos ayudantes que le facilitaban la tramitación de pasajes y documentos para cada competencia internacional. Es más, el recordado magnate minero y mecenas deportivo le pidió que escoja si quería ir a especializarse a Europa o a Estados Unidos. Le anunció que él financiaría entrenador, estadía y mantenimiento, el tiempo que fuere necesario.
Pero aquella primavera atlética se acabó abruptamente, apenas duró dos años. Mercado murió en un accidente aéreo el 21 de enero de 1995. “Fui a buscar luego a sus hijos, pero no eran como él —remarca Nemia—. Al final, decidí no pedirles nada. Justo ya estaba logrando marcas mínimas para grandes competencias. A veces, siento que ahí también empezó a finalizar mi vida de atleta”.
Final de ciclo
Durante los siguientes cuatro años, aún logró importantes victorias en el país y clasificó a cinco competencias internacionales. Es más, en cierta medida cumplió su sueño de llegar a los Juegos Olímpicos, pues logró ser acreditada entre los atletas porta antorcha olímpica en los JJOO de Atlanta en 1996. Pero, poco a poco, sus vértebras y tendones le fueron recordando que durante años no había repuesto electrolitos, calcio ni vitamina C. En 2002, el médico le recomendó que deje las competencias hasta recuperarse, es decir, por lo menos durante dos años.
Nemia y Marcelo entonces optaron por potenciar Pie de Viento, el club que habían fundado. No lo hicieron nada mal. El emprendimiento atrajo una lluvia de medallas que los niños y jóvenes que entrenaban empezaron a lograr en el país. Pie de Viento cobró fama y sumó atletas. Todo gratis. El financiamiento y los recursos corrían por cuenta de la pareja y sus respectivas familias quienes también acabaron enamorándose del atletismo.
En 2015, apostaron por un proyecto mayor: un programa de alto rendimiento, ése que les ha hecho falta a, probablemente, cientos de atletas bolivianos. Nemia propuso el proyecto a la Gobernación orureña para que lo financie. “Me arriesgué, prometí que lograríamos récords, marcas mínimas, medallas internacionales —recuerda primero riendo y luego poniéndose seria—. Me advirtieron que debía ser muy cuidadosa con todo porque, si no, podrían caerme procesos. Siempre temí ese riesgo”.
Alto rendimiento
La historia del programa de alto rendimiento parece una antología de la inventiva y la cooperación frente a la falta de políticas deportivas nacionales. Jacoba, por ejemplo, aportó con la carne que comerciaba para alimentar a los atletas y Asunción habilitó en casa los cuartos donde irían a vivir. Los hermanos aportaron con diversos recursos. Nemia y Marcelo han bregado en medio de laberintos y trabas burocráticas y financieras. Sus atletas, en diversas oportunidades, debieron apelar a la tradición de ganar maratones para tener recursos. Un porcentaje de esos premios lo donaban a la causa.
El nuevo desafío
Incluso el desafío les implicó más sacrificios. “Yo les pedía que no trabajen, que se dediquen cien por cien al entrenamiento —explica Nemia—. Pero muchas veces no conseguimos los fondos para su sustento. Uno de ellos optaba por hacer de taxista, otro de albañil, otro pelaba papas en el mercado, uno se metió de ayudante en un gimnasio. Apenas pudimos conseguir algunas becas olímpicas y del proyecto los Tunkas”. En las grandes competencias, Nemia y Marcelo sustituían a los equipos de apoyo que los rivales de otros países tienen. Es decir, ejercían de entrenador, masajista, kinesiólogo, psicólogo y dietista a la vez. “Son como mis hijos”, resume Nemia.
Y el esfuerzo volvió a rendir frutos. Desde 2016, los pupilos de Nemia y Marcelo empezaron a cosechar sonados logros internacionales. Hoy son harto conocidos los triunfos de fondistas como David Ninavia, Vidal Basco, Daniel Toroya, Héctor Garibay y Mayra Quispe. Quizás la declaración de Ninavia tras ganar la medalla de oro en el Sudamericano de Brasil, en Cascavel, el reciente 22 de octubre resuma lo alcanzado: “Perdí la cuenta de las medallas que he logrado, sólo me preparo de la mejor manera para competir”.
Cazatalentos internacionales ya han ofrecido, por ejemplo, a Ninavia y Garibay, programas para que entrenen y compitan por otros países. Nemia quiere que lleguen a los Juegos Olímpicos de Francia 2024 representando a Bolivia. “Quisiera que se entienda que, muchas veces, detrás de cada medalla que logra un atleta boliviano, no sólo hay gran sacrificio, sino un mar de lágrimas”, explica. Luego, resume el reto que hoy la vuelve a desafiar: “Se están agotando los recursos, y estos meses son clave para las marcas mínimas de los JJOO. Ahora necesito más apoyo que nunca”. Y, como repasando esta maratón de obstáculos de 41 años, resuelve: “Ni modo, ¡lucharé de nuevo!”.
Que linda historia de triunfo