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domingo, 7 de julio de 2024
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Joaquín y Vanesa, los “ángeles” con altar en el camino a Caranavi

Los niños fueron asesinados cruelmente por su propia madre. Decenas de choferes les rezan para pedir su protección.

Brisa suave y un tanto fría de un lugar que, por su figura, guarda muy bien el denominativo de “Cajones”, que por cierto es un complemento a un pintoresco y frondoso bosque. Caminando quizás tengas que elegir el camino que construyeron presos paraguayos, todo merecerá la pena para llegar al lugar denominado río Cajones, distante a casi 20 kilómetros de Caranavi, al norte de La Paz.

Al dirigir la mirada hacia arriba, las aves que anidan en los árboles anuncian al lugar sagrado, mientras de reojo aparecen las aguas cristalinas que murmullan y corren casi al son del trino de los pájaros, metros abajo de la carretera, en el despeñadero. Mientras más te acercas, se observa un puente por el que pasan las movilidades a gran velocidad, tras cruzar un oscuro túnel e ingresar inmediatamente al otro, mirada sigilosa y atenta.

¿Velas ardiendo? Sí, también flores, dulces, frutas, juguetes y tres representaciones religiosas hechas de yeso: Jesús y dos ángeles a los costados. Un camión de alto tonelaje se estaciona en el lugar y el conductor sale junto a su acompañante trayendo consigo más flores y un par de envases que contienen algunas bebidas.

Hay dos nichos arreglados con cubiertas, techo, cerco y un pequeño espacio para sentarse, edificados con concreto. Una cruz reza los nombres de Joaquín y Vanesa. La pareja se acerca y después de hacer una oración y ofrecer los regalos, se aprestan para retirarse, es ahí donde se les pregunta sobre el altar.

“Para nosotros, los transportistas en especial, este lugar es sagrado. Yo viajo de Oruro a Cobija (Pando) y cuando paso por este lugar siempre paro y elevo una oración por los dos ángeles, ellos son bien milagrosos, nos va bien, no nos pasa nada (en el viaje). Estos dos túneles deberían llamarse Joaquín y Vanesa porque (ellos) nos cuidan desde el cielo”, asegura el conductor, con voz casi quebrada, que prefirió no dar su nombre.

Martín P., uno de los obreros que construye la carretera en el sector, cuenta que para los trabajadores ya es “normal” escuchar risas de niños en este sector. “Solo pueden ser los angelitos porque por acá no hay nada, solo camino y los trabajadores. Nosotros también les rezamos en su altar, es muy triste cómo murieron”.

El lugar siempre está repleto de flores, alimentos y velas. Decenas de choferes que van a Beni, Pando y el norte de La Paz rezan en el altar para encomendarse a los “ángeles” del río Cajones, dos niños asesinados cruelmente por su propia madre.

La historia detrás del altar

El 7 de septiembre de 2002, cerca de las 20:00, Seferina Quispe llevó a cenar a sus hijos, Joaquín, de 10 años, y Vanesa, de ocho, a orillas del río Cajones, precisamente a la altura del lugar que hoy es un altar. Cuando el mayor se recostó sobre su hombro, la mujer sacó un cuchillo y lo clavó en su cuello hasta asfixiarlo. Después hizo lo mismo con la niña, quien alcanzó a suplicarle que no la mate, según la confesión de la misma madre a las autoridades hace 18 años.

Vanesa no murió al instante como su hermano, ella agonizó y la madre le lanzó una piedra en la cabeza para acabar con sus ocho años de vida. Ambos niños fueron arrojados al río y sus cuerpos fueron hallados un día después por un transportista y comunarios.

Seferina huyó a Quillacollo, en Cochabamba, pero fue aprehendida el 11 de septiembre. Ella confesó el crimen, dijo que lo hizo sola y “por rabia”. Tras las investigaciones, la entonces Policía Técnica Judicial (PTJ) concluyó que la mujer concebía a sus hijos como un problema y un impedimento para rehacer su vida con su pareja actual. La progenitora está recluida actualmente en la cárcel de Miraflores, en La Paz, donde permanecerá hasta 2033.